Los científicos reclaman el veto de la edición genética para mejorar la especie

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Todas las células de un organismo tienen el mismo genoma. Es, salvo excepciones, lo que dictan las leyes de la biología. Pero qué ocurriría si un mismo individuo tuviera diferente ADN en distintas células. Sería un mosaico genético, una mezcla de impredecibles consecuencias. Pues eso es justo lo que serían, de confirmarse el anuncio, las dos mellizas chinas cuyo embrión fue modificado supuestamente por el científico He Kiankui a partir de la herramienta de edición genética Crispr, un peligroso experimento condenado por la comunidad científica mundial. No ya solo, que es lo más grave, porque se ha utilizado con un fin eugenésico para mejorar la especie -en este caso para intentar evitar que puedan contraer el virus del sida-, sino que se ha probado en humanos una técnica que ni es segura ni está controlada. Tanto las niñas como su futura descendencia, a la que transmitirán la variación genética, deberán estar vigiladas y monitorizadas el resto de su vida.

En el experimento, el científico chino inyectó en embriones de una célula la tijera genética Crispr para eliminar el gen que se pretendía. Pero este corte se mantiene con la división del embrión. Lo explica de forma gráfica el investigador del CSIC Lluís Montoliu, pionero en el uso de la técnica para investigación en España. «Si tienes un embrión de 16 células, y en cada una de ellas tienes la copia del gen de la madre y del padre, generas 32 copias, lo que quiere decir que las herramientas de corte pueden editar ese genoma de 32 maneras distintas, con lo cual cada una de esas células es portadora de pequeñas variaciones. Algunas van a ser lo que tú quieras, pero otras no, con lo cual el feto y el niño que nazca van a tener partes de su cuerpo que vengan de una célula, otras de otra, y así repetidamente». ¿Qué podrá pasar con toda esa variabilidad no controlada? No se sabe, pero se intuye que nada bueno.

«Lo que se ha hecho es de una irresponsabilidad pasmosa. No sabemos cómo se le ha ocurrido a ese científico trasladar toda esta incertidumbre a una persona, poner en riesgo a estas criaturas», asegura Montoliu, que también es el presidente del Comité de Ética del CSIC y del Panel de Ética del Consejo Europeo de Investigación. En este papel también ha sido uno de los impulsores de la Asociación para la Investigación e Innovación Responsable en la Edición del Genoma (Arrige), integrada por investigadores de distintos países que promueven una regulación mundial en el uso de la tecnología de edición genética que impida aberraciones como la que, presuntamente, se acaba de realizar en China. El colectivo ya ha recibido el respaldo de la Unesco, de la Comisión Europea, del Consejo Europeo de Ciencia, de asociaciones de pacientes y de organismos y colectivos de varios países. Su objetivo es que la técnica solo se pueda usar para curar enfermedades cuando esté suficientemente probada y sea segura. Pero nunca para mejorar a la especie humana. «Queremos -apunta Montoliu- establecer unas normas mínimas, pero en las que todo el mundo esté de acuerdo sobre lo que puede hacerse y lo que no». Quien también propone una legislación mundial -en España se prohíbe tanto la edición genética del embrión como su implantación- es Francis Mójica. No es un apoyo menor, ya que el investigador español fue el primero en describir los mecanismos que han hecho posible el desarrollo de Crispr, al que le dio nombre. Considera que se ha ido «demasiado deprisa» y que es necesario «un gran acuerdo global sobre edición genética, especialmente entre aquellas grandes potencias que están investigando sobre las aplicaciones de esta tecnología».Y también advierte de los riesgos de la técnica. «Estamos -señala- modificando un individuo, no curando una enfermedad en un individuo adulto. Es una alteración con unas consecuencias grandes, porque toda la descendencia tendrá esa modificación». Asegura que la tecnología aún no es precisa y que «puede dar lugar a errores y cambios donde uno no pretende».

El frágil marco bioético permite al país asiático liderar la biotecnología

El anuncio de un científico chino que asegura haber creado a los primeros bebés modificados genéticamente de la historia ha puesto en el punto de mira el laxismo de la leyes sobre bioética en China. Este país quiere convertirse en un líder mundial de la investigación genética y de la clonación. Las zonas grises de la legislación local allanaron el camino a investigaciones a veces controvertidas.En el 2015 científicos chinos fueron los primeros en lograr modificar los genes de embriones humanos, lo que fue publicado en la revista Nature. Desde entonces, solo se ha conseguido algo similar en Estados Unidos y el Reino Unido, aunque en estos países está estrictamente prohibido implantar en el útero de una mujer el embrión resultante. El mismo año se construía en Tianjin un laboratorio para clonar animales, con la ambición de producir hasta un millón de vacas por año. A principios de este año, otro equipo de investigadores del país también logro hacer nacer por primera vez monos genéticamente idénticos, con la misma técnica de clonación utilizada hace más de 20 años con la célebre oveja Dolly, el primer mamífero clonado.Estas investigaciones pueden contribuir a desarrollar medicamentos o tratamientos contra las enfermedades, pero plantean serios interrogantes éticos, en particular en lo que se refiere la clonación humana.

No se rinden cuentas

Según Qiu Renzong, pionero en bioética en China, los investigadores no son sancionados, ya que solo rinden cuentas a su institución. Algunas de estas tampoco prevén ningún castigo en caso de mala praxis profesional.«China protege mucho a los científicos. Si hacemos un pequeño error, se queda ahí, no hay sanciones», lamentó Renzong.Unas leyes más laxas que en otros países también permitieron a China tomar la delantera en el sector biomédico, según explica Michael Donovan, fundador de Veraptus, una empresa de biotecnología con sede en el país.También influyen otros factores, como la demografía. Los 1.500 millones de habitantes garantizan al país una amplia muestra de eventuales pacientes. La presión de los grupos religiosos tampoco es tan fuerte, como en Estados Unidos. «Parece que aquí no tenemos restricciones morales para impedirnos ese tipo de investigaciones», explicó a la agencia AFP Fang Gang, profesor de biología de la Universidad de Nueva York en Shanghái.

R. ROMAR 
REDACCIÓN

Nota publicada en la Voz de Galicia

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